sábado, 2 de noviembre de 2013

No es lo mismo ir que tenerte que ir



Recordando aquellos programas que tanto nos gustaba ver en televisión a los Niños Perdidos y a mí, Barrio Sésamo, donde los muñecos de Jimmy Henson te explicaban los números o las conjugaciones verbales. Hoy quiero como si fuera Súper Coco, explicarles la diferencia entre irse y tenerte que ir.
      Cuando uno se va de un lugar por voluntad propia, normalmente suele ser por una cuestión de comodidad; a veces el cambiar de aires se debe a la necesidad de estar en otro lugar. El problema, siempre va a estar en el entorno, que siempre especulará cuando la persona se ha ido, sobre los motivos de su marcha: “a saber lo que ha hecho que antes que le pongan la cara colorada se quita de en medio” o “el muchacho es el único honrado que hay ahí”; o también “a este le han ofrecido algo para que se vaya a otro lado y se calle la boca”… A veces es preferible ir con una declaración explícita sobre los motivos de la escapada, por tal de no ser objeto de calumnias y suposiciones.
      Ahora bien, si uno se tiene que ir, la cosa es diferente y me explico, las suposiciones o teorías del entorno serán las mismas, sin embargo es mejor no hacer ninguna aclaración, porque tarde o temprano alguna voz especializada sacará a la luz algo que justifique con datos porque uno se tiene que ir; tal vez sea porque lo llaman de otro lugar, o porque prefiere irse a que lo echen, que siempre es más honroso.
      Lo cierto es que todos alguna vez tenemos que irnos de donde estamos, cuando terminamos los estudios, cuando nos independizamos, cuando nos vamos a trabajar a otro lugar, o cuando la vida te dice que ha llegado el fin. En este mes que ha pasado he tenido noticias de tres partidas, una que me causó la indiferencia de quien no lamenta la marcha de alguien que hizo mucho daño a muchos amigos; la grata satisfacción de la marcha a otra localidad de un compañero por temas laborales, y la marcha para siempre de un barbateño afincado en Castellón. Tres que se van por caminos diferentes y por motivos que nada tienen que ver unos con los otros. El primero se va con la cabeza gacha y avergonzado ante una lamentable labor profesional; el otro con la cabeza erguida y esperanzado de tener la suerte y el reconocimiento que sus anteriores jefes nunca le dieron, siempre más preocupado de otros intereses que no eran los profesionales y por último algo más que un amigo que nos mirará desde el balcón del cielo con la sonrisa socarrona que siempre regalo a su familia y amigos. Al primero, sólo desearle que recoja lo que sembró, al segundo toda la suerte del mundo y al tercero que no deje de sonreír, donde quiera que esté. 


Publicado en Viva Barbate del 18 de Octubre

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