domingo, 25 de diciembre de 2011

EL GLADIADOR DE LAS PALABRAS



He saltado a la arena, muchas fueron las solicitudes que en el pasado me pidieron que diera este paso, en cambio yo preferí encerrarme en mi habitación a lamer mis heridas combatiéndola con las palabras de mi blog clandestino. Pero tras la última derrota de la sensatez, decidí que era el momento de abrir la puerta a mis ideas, pelear activamente por lo que entendía justo aunque en la lid pudiera quedarme mal herido y seccionar mi futuro, pero era el momento de apartar mis temores. Junto a mí, un general al mando, que ya lo fuera en mis primeros recuerdos de niñez y un grupo de desengañados de la gestión de otros regimientos que alcanzaron la cima del poder para enriquecerse a costa de hundir al pueblo y al trabajador.

Era el momento de desenvainar mi falcata para atacar sin pudor a especuladores y corruptos. Nuestras armas deterioradas y antiguas; nuestro ejército apenas un puñado de hombres y mujeres; nuestros rivales poblado de hombres ávidos de ser el amigo del delincuente que agarra el poder de su mano y la bolsa de las ilusiones del pueblo de la otra, cegados por el egoísmo de pensar más en uno mismo que en el bien común.

Ya hemos entablado la primera batalla, las palabras y la razón, no fueron elementos de ataque suficiente para un ejército poblado de mercenarios que sobornados por una bolsa de peces, no dejaron que les enseñaran a pescar. Hoy esos, que dieron la victoria a los poderosos, están sin peces y sin saber pescar, llorando por las calles y pasando hambre, esperando que otro ejército potente asalte el templo, pasando por encima del pueblo. Yo estaré con mis cuatro amigos defendiéndoles y pidiendo que nos enseñen a pescar primero y luego que nos hablen del imperio de los ricos.

Un pueblo debe evolucionar, peldaño a peldaño. Mi tierra no necesita campos del golf, ni casas de lujo; necesita un pueblo limpio de cuerpo y mente, que atraiga a los empresarios que inviertan y proporcionen puestos de trabajo. Los proyectos faraónicos, se derrumbaron todos, pero las tierras de cultivo permanecieron siglo tras siglo.

Ahora, enfundaré mi falcata en mi cinto, hoy ha vuelto a dar su ataque en el blog de mis lamentos, pero mañana se volverá a batir en tierra hostil para defender a mi gente, a mi vida y a mi mente.