La hipocresía es un adjetivo que
se adjudica a aquellos que esconden sus vergüenzas proyectándolas en los demás,
como aquel que es incapaz de hacer un buen dibujo y se mofa de las obras del
pintor que expone en la pinacoteca. La mentira, es otro término, que suelen
utilizar los incapaces de responder con argumentos a los ataques del rival, y
termina usando la agresión verbal o la mentira para desacreditar y hacer daño a
quien le ha vencido con su verborrea. Finalmente, la cobardía es ese
sentimiento que los hombres siempre se niegan a reconocer y que sin embargo
todos padecemos en mayor o menor medida y a veces nos hace firmar las palabras
detrás de un seudónimo por temor a las represalias o calumniar a una persona
desde la trinchera que les ofrece unas siglas.
Hace
un tiempo no muy lejano, yo diría que hasta reciente, un político hipócrita que
había vivido de su partido toda la vida, insinuaba cobardemente la actuación
irregular de un rival político, aunque sin dar pruebas ni nombres y con único
argumento la prepotencia de sentirse un ser superior a los demás. Esta fue la
única manera en que el hipócrita pudo defenderse de un rival más preparado y
lleno de argumentos. Así, poco a poco, el hipócrita volvería a mentir, por ser
lo único que era capaz de hacer por sus propios medios, y lo hacía a la misma
velocidad con que le crecían los problemas por la ineptitud demostrada en el
terreno profesional.
Entre
hipócritas, ineptos, cobardes y mentirosos, la ciudadanía fue perdiendo la
credibilidad en el sistema y cuando llegaban las elecciones se oía con mayor
asiduidad “yo no voy a votar, ¿para qué? Son todos iguales”. Pero está claro
que nos regimos por una Democracia, por la que muchos de nuestros más directos
antepasados perdieron su juventud y también la vida, por hacernos el regalo de
vivir en libertad. Una libertad que hoy nos empeñamos a perder, con hombres que
se venden a saldo por un trabajo o sueldo, una sociedad que permiten que
hipócritas mancillen el nombre de honorables trabajadores o que mientan para
engañar a un pueblo que más parece predispuesto a ser humillado que a sentirse
orgulloso de ser lo que son.
Ojalá
el Espíritu de la Navidad, que cada vez más se acerca, pueda coger de la mano
al hipócrita, como en el cuento de Dickens y hacerlo navegar por el pasado,
presente y futuro. Para que conociera las vicisitudes por las que han pasado
aquello a los que él señaló con el dedo, para que viese la situación del que
vive con sus padres o suegros sin tener trabajo o padecer el hambre del que no
tiene para comer; y cuando terminase de dar el recorrido comparase esas vidas
con la suya, la acomodada de quien representa a un pueblo que se debería de
negar a ser representando por un hipócrita mentiroso, y que sólo se levanta en
armas cuando obedece la voz de su amo. Hipócrita, calla tu endemoniada boca y
trabaja.
Publicado en Viva Barbate de 21 de Noviembre de 2013