martes, 17 de septiembre de 2013

Una Cenicienta de 75 años



El reloj toca la primera campanada, y vuelves a escapar de los sueños de prosperidad y elegancia. Las hermanastras dejaron de ser malas para mirar a la mar y tú que naciste en él agua sigues siendo pobre, tal vez más que hace años. La segunda campanada retumba en el corazón del príncipe azul, que no tarda en girar la cabeza buscando otras jóvenes bellas a las que adular, e ignorando el suelo donde dejaste el zapato de cristal; no importa que seas bella eres algo peor, rebelde y eso en esta sociedad alejada de los sueños no se perdona.
          Tercera campanada, saltas sobre el carro que se transforma en una traíña, el cochero en marinero prejubilado que no cobra sus ingresos cotizados durante tantos años, la carretera un mar esquilmado de peces por los abusos del pasado y la autopista ya no es tuya, sino del norte del África.
          Se oye la cuarta campanada y tus lujosas vestiduras se convierten en tacones de plataforma, falda corta y escote rematado con un moño en la cabeza y una cara oculta tras el maquillaje que en vez de exaltar tu belleza la distorsiona, vuelves a ser la “choni” de siempre. Mientras que la quinta campanada se lleva el recuerdo de aquellos bailes de los 70 y 80, de chaquetas de amplias solapas y trajes largos, donde se buscaba la elegancia a la comodidad y el estilismo a la vulgaridad.
          Van seis, y ya no queda nada que transformar…, tus sueños vuelan como las aves del paraíso.  Te miras al espejo y ves que todo los que te rodean te hacen daño y te anclan en el estado de miseria actual pero tú sigues soñando para que el reloj te vuelva a convertir en la princesa del cuento, cuando suena la séptima. Entonces te das cuenta que nada es real, que nunca fuiste más que lo que querías ser, que no hay príncipes ni palacios y que la vida hay que vivirla al día, al momento que mañana, Dios dir.
          A la octava campanada llaman a tu puerta, y aparece un chico con un zapato de cristal, pero tú no quieres zapatos de cristal, quieres una nueva fiesta, le das un manotazo y sales corriendo a la discoteca más cercana a esperar la novena campanada. Mientras el pobre hombre ve como se rompe en mil pedazos el zapato, para volver  a traerlo en la décima, undécima y duodécima campanada; pero ella sigue dando despreciando un calzado que se rompe una y otra vez.
          75 años, rompiendo zapatos y corriendo de la luz, del mar, y de la prosperidad para cambiarlo por la comodidad y el dedo acusador a todo el que nos rodea o manda, mientras que sigues en tus quehaceres domésticos para poder ir a bailar a la discoteca con tus plataformas plateadas, a son del tic tac del reloj, que vuelve a tocar las 12 campanadas.

Publicado en Viva Barbate de 6 de Septiembre de 2013

La Nouvelle cuisine




En los últimos años los grandes restaurantes y hoteles de prestigio han llevado a sus cocinas a desarrollar el término francés Nouvelle cuisine, consistente en que el comensal pueda degustar el alimento con la vista antes que con el paladar, de forma que la atracción que la tapa ofrezca sólo con su presencia en la mesa, le suponga al chef encargado de prepararlo la mitad del éxito que se deberá consagrar con un apetitoso sabor. Yo que siempre he sido de la comida tradicional me he guiado más por los olores, que por la vista, tal vez por eso de que uno la vista nunca la tuvo muy afinada, lo cierto es que difícilmente me verán ustedes degustar unas coliflores cocidas porque su olor siempre me resulto repugnante, aunque sean numerosos los adeptos a esta verdura, posiblemente porque no se encuentren presentes  en la cocina cuando se prepara. O no digamos del queso, otro alimento que su olor fuerte es bastante repelente aunque para olor nauseabundo el que desplegaba la mantequilla Zas, que había en el mostrador del bar donde desayunaba en mi etapa universitaria. 
          Lo cierto es que las rutas gastronómicas tan de moda en los últimos años en las localidades de nuestro entorno cada vez deben de cuidar más unos platos que seduzcan no sólo por su sabor sino también por su vista, aroma y por supuesto originalidad. Como la primera mirada a una mujer u hombre, dependiendo de los gustos, la imagen cuenta aunque también como en los asuntos del corazón, una buena imagen no implica siempre un buen sabor o un alimento saludable. Por eso en estas semanas gastronómicas, los establecimientos procuran vestir sus mejores galas, los profesionales que sirven estos platos son conocedores de lo que sirven y se muestran uniformados, porque sus jefes saben que la imagen que proyecten al cliente no sólo va a servir para el abono de una consumición sino que verá sus frutos en la publicidad que el boca a boca, nunca mejor dicho, lleve por todo el mapa ibérico. 
          La limpieza de las calles, la seguridad, una iluminación adecuada y la preparación de los atractivos turísticos de la zona, manteniendo todos los servicios que deben de tener a una alta efectividad, son elementos que aunque no estén relacionados directamente, son necesarios para que las rutas gastronómicas obtengan los objetivos planteados inicialmente, que no deben ser otros que la de publicitar la zona donde se opera y por supuesto convertirlo en referente turístico. Esta adaptación ha tenido sus patentes beneficios en aquellos municipios que han albergado, de manera exitosa, estas rutas y que deben ser los espejos a los que aquellos que comienzan deben de reflejarse o imitar, para obtener un beneficio similar. 
           Un placer mayúsculo supuso para mí esta pasada semana  al entrar por la carretera de Zahara de los Atunes y poder adentrarme en el aroma de la ruta del Dulce y Salado, poder degustar las diferentes catas ofertadas siguiendo las señales perfectamente predispuestas para tal evento, y recorrer las lustrosas calles que me conducían de establecimiento a establecimiento donde los platos se servían con la alegría propia a la difusión de una imagen de cara al exterior. Barbate la pasada semana estaba para comérselo a bocados como ha estado durante todo el verano.