En los últimos años los grandes restaurantes y hoteles de
prestigio han llevado a sus cocinas a desarrollar el término francés Nouvelle cuisine, consistente en que el
comensal pueda degustar el alimento con la vista antes que con el paladar, de
forma que la atracción que la tapa ofrezca sólo con su presencia en la mesa, le
suponga al chef encargado de prepararlo la mitad del éxito que se deberá consagrar
con un apetitoso sabor. Yo que siempre he sido de la comida tradicional me he
guiado más por los olores, que por la vista, tal vez por eso de que uno la
vista nunca la tuvo muy afinada, lo cierto es que difícilmente me verán ustedes
degustar unas coliflores cocidas porque su olor siempre me resulto repugnante,
aunque sean numerosos los adeptos a esta verdura, posiblemente porque no se
encuentren presentes en la cocina cuando
se prepara. O no digamos del queso, otro alimento que su olor fuerte es
bastante repelente aunque para olor nauseabundo el que desplegaba la
mantequilla Zas, que había en el mostrador del bar donde desayunaba en mi etapa
universitaria.
Lo cierto es que las rutas
gastronómicas tan de moda en los últimos años en las localidades de nuestro
entorno cada vez deben de cuidar más unos platos que seduzcan no sólo por su sabor
sino también por su vista, aroma y por supuesto originalidad. Como la primera
mirada a una mujer u hombre, dependiendo de los gustos, la imagen cuenta aunque
también como en los asuntos del corazón, una buena imagen no implica siempre un
buen sabor o un alimento saludable. Por eso en estas semanas gastronómicas, los
establecimientos procuran vestir sus mejores galas, los profesionales que
sirven estos platos son conocedores de lo que sirven y se muestran uniformados,
porque sus jefes saben que la imagen que proyecten al cliente no sólo va a
servir para el abono de una consumición sino que verá sus frutos en la
publicidad que el boca a boca, nunca mejor dicho, lleve por todo el mapa ibérico.
La limpieza de las calles, la
seguridad, una iluminación adecuada y la preparación de los atractivos
turísticos de la zona, manteniendo todos los servicios que deben de tener a una
alta efectividad, son elementos que aunque no estén relacionados directamente,
son necesarios para que las rutas gastronómicas obtengan los objetivos
planteados inicialmente, que no deben ser otros que la de publicitar la zona
donde se opera y por supuesto convertirlo en referente turístico. Esta
adaptación ha tenido sus patentes beneficios en aquellos municipios que han
albergado, de manera exitosa, estas rutas y que deben ser los espejos a los que
aquellos que comienzan deben de reflejarse o imitar, para obtener un beneficio
similar.
Un
placer mayúsculo supuso para mí esta pasada semana al entrar por la carretera de Zahara de los
Atunes y poder adentrarme en el aroma de la ruta del Dulce y Salado, poder
degustar las diferentes catas ofertadas siguiendo las señales perfectamente
predispuestas para tal evento, y recorrer las lustrosas calles que me conducían
de establecimiento a establecimiento donde los platos se servían con la alegría
propia a la difusión de una imagen de cara al exterior. Barbate la pasada
semana estaba para comérselo a bocados como ha estado durante todo el verano.
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